miércoles, 27 de enero de 2010

Navidad desde la ventana

El frío arrecia y las ventanas están llenas de escarcha. Estirado desde donde está, puede distinguir tres hileras de casas con los techos cubiertos de nieve. En el trozo de calle que sus ojos alcanzan a ver, el viento sacude violentamente las ramas de los árboles, haciendo que las pocas hojas que todavía conservan, caigan encima de los coches aparcados. Las luces que adornan el bulevar bailan en la oscuridad.

Están a día veinticuatro de diciembre y sabe que la Navidad aguarda. Le ilusiona saber que esta misma noche, mientras duerma, el árbol del rincón se llenará de paquetes misteriosamente. Mañana será un día apasionante; fuera de lo normal porque se hacen excepciones: le permiten quedarse despierto hasta más tarde, la comida es fenomenal y todos los que le rodean parecen estar de mejor humor.
Mientras cambia los canales del televisor, piensa en las palabras de su abuela antes de marcharse: «A pesar de todos los pesares, debes estar agradecido». Las ha escuchado tantas veces… Con villancicos de fondo y el mando entre las piernas, el sueño vence al cansancio de tanta emoción.

Cuando por la mañana abre los ojos, la mezcla de nervios y anhelo se apoderan de su estómago. Desperezándose, se incorpora subiendo la cabecera de la cama y, estirando el brazo todo lo que puede para coger el timbre, aprieta el botón rojo que avisa a la enfermera. «Cuando llegue, – piensa – le pediré que me acerque los regalos; la tengo que persuadir para que me los deje empezar a abrir. Probablemente mis padres ya estén de camino al hospital».


Barcelona, diciembre del 2009

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