domingo, 24 de enero de 2010

La futura nostalgia

Per l’Eduard, el Quixot de Hornsey

Para que podáis entender el sobresalto que tuve esta mañana os contaré lo ocurrido hará cosa de un año. Como ya dije, de lo sucedido hará unos doce meses, y los hechos conciernen al amigo del que ahora os hablaré. Él se ganaba la vida pintando casas aunque siempre pintó cuadros. Decía que era algo que necesitaba tanto como respirar. Nos conocíamos de Palafrugell, donde de jóvenes pasamos años yendo a pescar juntos las tardes de verano. Años después decidimos – por separado – irnos a vivir a Londres, una ciudad que a ambos nos atraía y en la que sucedió lo que voy a explicar.

Por aquel entonces solía quedar con él de vez en cuando, y digo solía porque desde lo sucedido le perdí la pista hasta hoy. Normalmente nos encontrábamos en algún bar del centro, dónde el tiempo que pasábamos charlando y quitándonos la sed, representaba un oasis en nuestra rutina habitual. La conversación, distinta a la de casa o nuestra ocupación diaria, nos amenizaba a la salida del trabajo. Nuestra base de operaciones era el Soho ya que se encontraba a mitad de camino entre los dos – la ciudad es inmensa –, y dada la cantidad de locales para escoger, nos sentíamos con más poder de decisión.
El último día que nos vimos fue un miércoles de enero: recuerdo que llovía y hacía un frío espantoso – característico de la ciudad en esa época del año –, y me senté en la barra del Ronnie Scott’s a esperar, inquieto por que apareciese de un momento a otro. El día anterior, al recibir su llamada, había notado algo extraño en su voz que no supe descifrar, pero al escucharle me olvidé pensando en el tiempo que hacía desde la última vez que nos habíamos visto. «El tiempo pasa volando en esta gran ciudad», dijo haciéndome palparlo como un pescado entre las manos. Esperando, al día siguiente, recuerdo que el transcurrir de las cosas parecía inconexo; como cubierto de una pátina de lentitud, igual que en las películas: el protagonista anda por una calle desértica y cuando descubre que está siendo seguido, se para en seco, y en la distancia, segundos después, también escucha detenerse los pasos de su seguidor. Pensé que podía ser la dinámica invertida: aquel día era yo quien se esperaba y normalmente era al revés, y no paraba de decirme que de haber habido un cambio de planes me lo hubiese hecho saber.

La atmósfera del local, hecha de un aire denso que se mezclaba con el fresco de la calle cada vez que alguien abría la puerta, me sumía en un ir y venir de escalofríos. La belleza de la pianista magnetizaba al personal y mientras relajaba el ambiente interpretando una versión lenta de Summertime, bebía de una copa en una mesa al lado del piano. Yo, y todos los de la sala, la mirábamos embelesados. No sabría descifrar qué era, pero su poder cautivador hacia mella en las retinas de los asistentes.
Al los de diez minutos volví a mirar el reloj y le divisé cruzando la calle a través de la ventana vestido con el peto de pintor. Venía directo de la obra y llegaba polvoriento, portando una pequeña bolsa de lona colgada del hombro. Al entrar nos saludamos y le pregunte qué quería tomar. «¿Quieres probarla? – dije señalando mi pinta de cerveza –, Belga: ya verás qué suave es».
– Siento llegar tarde, – dijo mientras se quitaba la chaqueta – hoy me mandaron a trabajar a la otra punta de la ciudad.
– No te preocupes, acabo de llegar – dije indicándole la pianista con la mirada.
– ¡Ya ves!, ¿cómo está el patio, no? – dijo al verla y darse cuenta de la música en directo.
– Sí, me gusta el ambiente de este bar – dije rotando un poco encima del taburete.
– Estoy hasta el gorro de pintar casas con este frío ¡Mmm... es buena! – dijo probando mi cerveza para asegurarse antes de pedir –. Cada semana cambian de personal en la obra. Hacer de pintor de brocha gorda entre principiantes es un asco; me tengo que espabilar a cambiar las paredes por los cuadros. ¿Qué galería me querrá comprar telas al paso que voy? No trabajo nunca y cuando lo hago sale mal.
Hablaba afectando la voz y miraba a nuestro alrededor con una actitud que me pareció un tanto sospechosa. Y cuando intenté seguir con la conversación vi que hacía un gesto con la mano diciéndome que me acercase un poco más a él. Entonces, en voz baja y agachando la cabeza, murmuró que tenía algo que contarme. «Es importante – dijo tragando saliva –, de ahí que anoche tuviese prisa para vernos lo antes posible. De hecho, más que importante, es trascendental».
– Bueno, ¿y de qué se trata pues? – dije arqueado las cejas para exagerar el interés.
– No es fácil de contar; piensa que sólo se lo dije a mi jefe por necesidad. A mi mujer no se lo he querido ni explicar: no me creería. Pero bueno; dejemos esto a un lado… – dijo frotándose las manos y levantando el dedo para pedir.
– Entiendo; me hago cargo. Prometo guardarte el secreto – contesté siguiéndole el juego.
Una camarera joven de piel blanca y escote pronunciado nos preguntó si queríamos pagar entonces o dejar la tarjeta tras el bar. Pidiendo lo mismo que yo dio otro trago a mi cerveza y sacándose un billete de la cartera dijo: «Here you go, darling», y carraspeando un poco continuó con la conversación.
– Bien, pues allá va: ¿has leído la prensa últimamente?.
– Voy más o menos al día, ¿por qué?
– Entonces seguro que estás enterado.
En voz baja y girando la cabeza a cada poco para asegurarse de que nadie nos observaba empezó:
– El domingo por la tarde de hace un par de semanas estábamos en casa. Aburrido, se me ocurrió organizar las fotos del ordenador. Tengo tantas… de hace un par de años acá nunca veo el momento de sentarme y ordenarlas; siempre encuentro algo mejor que hacer. Bien, pues ese domingo decidí hacerlo de una vez por todas y, cómo no, empecé por donde no debía: la carpeta de mi última exposición. Estuve viendo fotos de la inauguración, en algunas sales tú, ¿te acuerdas? – dijo asumiendo que las había visto, y sin esperar respuesta siguió –. Me trajeron recuerdos de todo tipo: la gente, la galerista, los cuadros… No sé por qué, pero me dio por imprimirlas y luego las dejé en mi mesa de dibujo. Al día siguiente, al volver del trabajo, me senté a pintar un rato y las encontré allí encima. Me revolvieron el estómago: el ventanal de la entrada estaba mal iluminado y la tela que escogí para ir allí se veía oscura. Le falta de luz atenuó el contraste de colores y todo impacto visual. ¿Cuántas veces se lo diría a la galerista…?, ‘sin no pones más luz quedará desmerecida’. Pero ella ni caso; me dejé la piel para llegar a la apertura y el carácter de la obra fue tratado con desdén.
La irritación de verlas me condujo a recortar las fotos y hacer una serie de la galería en llamas – un collage en el que la sala se quema por todas partes destrozando el edificio por completo. Usé distintos tejidos, diversos líquidos y pinturas de todo tipo para conseguir el resultado más efectista posible. Al ver que el impacto funcionaba me sentí redimido y me olvidé de ello al acabar».
– Bueno; si tuvo efectos paliativos… – dije yo sin ver a que podía conducir su explicación.
– Sí; me sentí aliviado de ver, aunque fuera en mi propia creación, lo que soñaba desde hacía tiempo – dijo dejando un ‘pero’ en el aire.
– ¿Y entonces cuál es el secreto? – digo yo con impaciencia.
– Veo que no has visto la noticia en los periódicos… – dijo volviendo a recorrer con la mirada el establecimiento –. La cuestión no es que me sintiera bien al acabar la obra – en eso no hay ningún misterio –, sino cómo lo hice para sentirme así. Me explico: creo que las herramientas que utilicé son tan importantes como el resultado que obtuve con ellas.
– No te sigo, la verdad – dije con escepticismo mientras de fondo sonaba La chica de Ipanema.
– Dos días más tarde, yendo al trabajo, decidí pasar por la calle de la galería. ¿Adivinas que vi? ¡Exacto! – dijo al verme asentir con la cabeza, aunque el gesto fuese de cortesía –, todavía salía humo de las ventanas: esa misma noche había ardido como imaginé en mis telas.
– Hombre, entiendo que es una gran coincidencia pero... nunca me atrevería a decir que lo ocurrido tiene su origen en su obra. Por cierto, qué desgracia – dije al procesar la trascendencia del asunto.
– Yo también me resistí a creerlo pero tuve dudas, y después de mucho experimentar durante esa semana me convencí de lo contrario – dijo bajando la voz con los ojos saliéndole de las órbitas –. La clave era cómo sucedió, encontrar el método e intentarlo repetir. Y lo encontré: ahora lo traigo aquí conmigo en esta bolsa. Se trata de un pincel que compré hace años en Barcelona, en una tienda que desapareció poco después. Me di cuenta de que a base de ir probando y mezclarlo con según qué pinturas – trial and error, que dicen los ingleses –, todo lo que dibujaba ocurría días después.
– ¿Me tomas el pelo, o qué? – dije con cara de descreído –. Mira que hoy no tengo muy buen día…
– Te hablo totalmente en serio – dijo poniéndose la mano en el pecho, y con cara de querer darme más explicaciones cogió unos cuantos cacahuetes de un cuenco de la barra y continuó:
– Durante esa semana pinté sin parar, hasta me pasó por alto ir al trabajo, y después de dos días de faltar a la obra, pedí tres más de fiesta. El patrón fue muy amable por teléfono, diciéndome que me tomase un cuarto si quería – nunca le había fallado antes, ¿entiendes? ‘Se trata de una cuestión providencial – le dije –, debo cerciorarme de que detrás de mis pinturas no hay más que una simple coincidencia de factores arbitrarios’». Me agradeció la llamada entendiendo que en casos de urgencia no se puede andar uno con remilgos.
– ¡Caray, si que te cogió fuerte! – dije dando un trago de cerveza – , ¿quieres decir que valía la pena jugársela por algo que es pura coincidencia?
– ¡Escúchame! – dijo implorándome paciencia –, el mismo día, queriendo aclarar un misterio de tal envergadura, me enfrasqué en unas acuarelas. Las llamé ‘The banker’ y utilicé el mismo pincel representando el ‘Gerkin’ hundiéndose bajo las aguas del Támesis. Para acentuar el tono dantesco del siniestro diluí mucho las pinturas.
– Me gusta todo lo que pintas pero, ¿no ves que es imposible? – dije con ironía al recordar la noticia en el periódico –. Quizá haya una alineación divina de los astros en mercurio que haga coincidir –
– ¿Pero no te das cuenta de la magnitud de la tragedia? – me interrumpió haciendo caso omiso de mi humor –, ¡este pincel tiene efectos diabólicos! Todo lo que pinto con él es un pronóstico; si me permites echar mano del tópico, es la crónica de una muerte anunciada.
Y dándole vueltas al asunto pedí otra cerveza empezando a dudar de mis propias concusiones. Entonces se me ocurrió algo que quizá ayudara a suavizar las cosas:
– De acuerdo – dije ganando compostura –, digamos que tienes razón y que hay una relación directa entre tus pinturas y las desgracias del diario. La solución es que pintes cuadros de temática optimista y veremos qué sucede.
– ¡Oh, no puedo! – se apresuró a decir –. Mi alma no anda por esos derroteros. Para crear uno ha de sentirlo, sino es pura falacia, no hay sustancia tangible que se pueda materializar. Ahora mi obra no puede reflejar más que aflicción – afirmó con los ojos fijados en la pianista.
– ¿Deberíamos, pues, pensar una manera de sacar provecho de ello, no?
– Ahora entiendes – dijo satisfecho –, ¿pero cómo?
Ese día me despedí de él sin entender qué podía haber detrás de aquel misterio. Al principio reconozco que me mostré escéptico pero más tarde el tinglado me aturdió. Como ya expliqué, desde ese día no nos hemos visto más, y no fue por mi falta de interés, porque durante los meses siguientes intenté localizarle en más de una ocasión. Y como suele ocurrir en estos casos, el tiempo fue pasando, y con la distancia la conversación se fue desvaneciendo en mi memoria, quedando en calidad de anécdota y poco más.

Todo hasta esta mañana, cuando de camino al trabajo, tomando un café en un bar, me enteré de la noticia. La primicia salió en el telediario matinal y el titular era: ‘Graves incendios en las instalaciones nucleares de Rusia, Estados Unidos e Israel. Científicos y militares estudian las causas’. Al principio no presté mucha atención, hasta que segundos más tarde vi a mi amigo en la pantalla que estaba siendo entrevistado.



Barcelona, noviembre del 2009

1 comentario: