miércoles, 27 de enero de 2010

Una historia

Aquel día, cuando nos despedimos de Romina, la gente ya dormía. Hacía horas que había acostado a los niños y en las casas vecinas no se oía ningún ruido. Al salir a la calle desértica y mal iluminada, la conversación resonaba en el hormigón de las paredes. Charlando nos abrimos paso entre las moles de viviendas que nos rodeaban y al llegar a casa, no pudimos dejar el tema. «No me lo puedo creer: – decía mi mujer – ¿cómo Joan y Conxa pueden estar metidos en algo tan estremecedor?».

Horas antes, reunidos en el salón de nuestra amiga, les pinchábamos para que nos contasen su última aventura. Por su cara de sorpresa interpreté que a Joan no le hacía ninguna gracia recordar lo sucedido. Anna, quien a través de Conxa – novia de Joan –se había enterado de la historia – sin detalles ni final – antes del almuerzo, la había rumoreado entre los allí presentes. Más tarde averiguamos que Joan tenía sus razones para no querer hablar: los acontecimientos estaban todavía en fase de gestación sin ser parte del pasado. Aparentemente eran desagradables, y él hubiese preferido olvidarlo todo antes que revelar lo que sucedido, y sin ver la posibilidad de poderse escapar, con una mueca de desinterés, hizo un gesto con la mano quitándole importancia y dijo: «Si no es para tanto: ¿de verdad queréis saber lo que pasó?».
– ¡Sí, venga, cuéntaselo tú! – dijo Conxa –. Así sabremos lo que piensan.
– Pero yo no sé exactamente cómo fue. ¡Tú estabas en primera fila!
– Pero tú lo explicarás mejor – dijo con algo de sarcasmo.
– ¿Mejor, qué quieres decir? – preguntó frunciendo el ceño.
Pere Xivixell, cuñado de Joan, impaciente, le instó a que empezaran cuanto antes. Daba igual quien de los dos. «¡Venga va, tenemos ganas de saber qué sucedió!».
Yo, apoltronado en el sofá, iba dándole vueltas al asunto, y pensando en la última conversación con Joan, quise asignar a la historia un tiempo y un lugar diciendo: «Lo ocurrido os pasó en Londres; ¿no es así?»
– Así es – dijo Joan.
– No se qué se nos perdió – dijo Conxa con asqueo.
– Ni yo – contestó Joan.
– ¡Caray; se está haciendo tarde! – dije para increparles a empezar.
Eran más de las ocho en el reloj de pesos de la sala. Habíamos pasado la sobremesa jugando a cartas y, sin que a ninguno de nosotros pareciera importarle, se alargó. Ahora, comiendo turrones y barquillos sobreros de Navidad, matábamos el hambre de cena que nos azuzaba. Y cuando Joan estaba a punto de arrancar, para no perdernos detalle, de forma automática, dejamos las cartas boca abajo, para luego. Pero con cara de abstraído, miraba a todos lados sin decidirse a comenzar. Entonces Anna, apuntando con el dedo a su hermana Conxa, rompió el silencio y dijo: «¿Por qué no nos lo cuentas tú, ya que estabas en primera fila?»
– Importa más cómo se cuenta que lo que se cuenta – dijo Conxa mirando de reojo a Joan.
– Pero hay que ceñirse a los hechos – protestó Joan incorporándose –. Tú pudiste ver lo acontecido mil veces mejor desde tu posición: tiene mucho más sentido que lo cuentes tú.
– Bien, de acuerdo: lo contaré yo – resolvió airada.
– ¡Por el amor de Dios! – protestó Pere con inquietud –. ¿De qué vais?, ¡contadlo ya!
– ¡Exacto, venga va! – dije con un par de palmadas para meter baza.
– Mirad: sólo os digo que aquí estamos de milagro – dijo Joan.
– ¿De milagro? ¡Caray!, si que fue grave la cosa… – dije sorprendido.
– Sí: tuvimos mucha suerte de poder volver – dijo Conxa.
– Cancelamos las dos últimas noches de hotel – dijo Joan subrallando la gravedad.
– Vaya historia – dije yo.
Entonces Conxa, viendo el entusiasmo pasajero de su novio, metió cizaña para provocarle y que se soltase a hablar. «Fue él quien sacó todas las conclusiones…»
– Eso no es verdad – replicó Joan.
– ¿Cómo que no?; ¿quién sino explicó a la policía, con pelos y señales, lo que nos pareció ver?
– Bueno, tú lo vistes, ¿no? – dije a Joan.
– ¿Policía?; ¿hay policía de por medio? – dijo Anna entusiasmándose.
– Sí: y si te digo la verdad, desde el principio fueron un desastre.
– ¡Pero os olvidáis de contarnos el porqué! – dijo Pere alterándose cada vez más.
– Muchas cosas las deduje yo – dijo Joan –. Eran de sentido común. Se les veía parados, sin ganas de pensar.
– Y todavía no sabemos si han sacado alguna conclusión… – contestó Conxa.
– Pero escuchamos que habían detenido a alguien, ¿no es así? – dijo Joan.
– No estoy segura, pero en eso están.

Nada tenía sentido para los demás. La incertidumbre era explícita y Pere cada vez se agobiaba más. «Esto es absurdo», repetía sin parar. Así fue hasta que Conxa, haciendo una pausa, dijo suspirando: «Los pobres no entienden nada; los estamos matando de curiosidad; lo voy a contar yo».
– ¡Gracias a Dios, ya era hora! – dijo Pere.
– ¿Ahora lo quieres contar tú? – preguntó Joan con sorna.
– Sí porque tú no arrancas ni a la de tres.
– Vale, pues empieza.
Y al final, Conxa, con calma, empezó a narrar: «Resulta que al lado del hotel teníamos el speakers’ corner y el segundo día, después del almuerzo, nos acercamos a escuchar. Había un tipo de barba blanca y túnica hasta los pies que no paraba de largar cuando –»
Y justo acababa de empezar cuando interrumpiendo su tercera frase sonó el timbre de la puerta. Eran dos hombres vestidos con traje oscuro y gabardina. Dijeron ser inspectores de policía, y mostrando dos relucientes placas en sus carteras, sin dar más explicaciones, comunicaron a Romina que venían en busca de Conxa y Joan. «Sólo queremos hacerles unas preguntas rutinarias», dijo el agente con bigote y más mayor. «Pero será mejor que nos acompañen a comisaría», continuó el más alto.
– ¿Por qué, qué pasa? – dijo Anna angustiada.
– Tranquila, cálmate, no pasa nada – dijo Joan.
– Se trata de una investigación policial – dijo el más alto.
– Es confidencial – remarcó el otro.
– No podemos darle explicaciones – concluyó el primero.
Y dando media vuelta se despidieron diciendo que esperarían fuera, dentro del coche, porque hacía frío.

Más tarde, en casa, como ya expliqué, no podíamos creer lo sucedido. Y todavía seguimos sin creerlo. «Es impensable que Conxa o Joan puedan haber hecho ningún mal», nos decimos resignados cada vez que sale el tema. Y mientras, esperamos con ganas a que salgan de la cárcel.



Barcelona, enero del 2010

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